Dicen que quieren rock and roll
y algunos hasta se fuman un porro,
hay quien sueña con Washington
y hay quien anda con la cara de perro,
en este barrio también está el que
se caga en todo y hasta en Nueva York,
no adora el dólar y claro lo ve
que ese norte no es la solución.
Juan Carlos Baglietto es Mobi Dick. No tanto por comer piernas de capitanes de barcos en altamar o apurar a Ahab a la venganza. O al menos no que podamos comprobarlo.
El peso artístico de Juan, su hoja de vida, es como una ballena en el bolsillo.
Rosario se reconcilia con sus artistas, creo, al poco tiempo de que nos vamos de ella
En el 81, 82, era muy complicado tocar en Rosario. Una ciudad de gente muy ocupada, preocupada por su trabajo. Venía de una vida de relación con el puerto, el ferrocarril y los barcos, desde principios del siglo pasado. Son cosas que dejan huella y que configuran una sociedad.
Lleva en su camisa el perfume a Rosario y los tempranos años de la incómoda segunda cesárea del rock nacional. Ese que había sido, en algún momento anterior a él, tendido al sol por Spinetta, sacudido por Papo, acariciado por Nebbia, trompeado por Billy Bond.
En realidad yo empiezo como solista por el hecho de que quería seguir tocando y que no me bancaba esperar armar otro grupo luego de la separación de Irreal una de mis primeras bandas con quien tocábamos mucho en Rosario a fines de los 70. Para eso llamo a diferentes artistas de otras camadas, otras edades. Ahí estaba Fito, de 17 años y Silvina Garré.
Y si miras en el tiempo, uno de los mayores méritos de aquella banda ha sido la supervivencia: el tiempo mantuvo a aquellos músicos como creadores, con vigencia más allá de la masividad: Goldín, Fito, Silvina, Sainz, Aguilera.
Ustedes y nosotros
Volvemos a la sala donde preparaban todo para el show, estábamos entrando.
-Permiso, ¿se puede? - asoma su cara blanda, de una dureza temible, Tamara, en la Sala Siranush, el centro armenio de Buenos Aires.
Baglietto está sentado a la orilla de la mesa de sonidos, metiendo mano en las luces.
-Ese fucsia es horrible. A ver un cyan o un poco más verde- mastica entre dedos spaghetti enredando botones
-Hola Juan, somos de VLOV.
-...
-De San Juan.
-¡Ah! Como están, pasen, pasen.
-Te esperamos, así terminás tranquilo.
-Imposible; si me lo propongo, no termino nunca.
Juan Carlos es un ser humano (en principio y sin pruebas de lo contrario) que de lejos y por nombre genera más temor que de cerca y a ojos vista. Cortés, abierto, invita a sentarse en los sillones del gran living donde en un rato más van a tocar con Lito Vitale. Con él, Baglietto ha reformulado el tango de domingo temprano y mate, para volverlo tango de sentimiento fuerte y perfume a whisky sobre el piano. Es que al fango sonoro del piano, esa medusa que Lito mueve por el mar de cada canción, se le recuesta encima la voz de Juan, melancólica, quejosa, histriónica, exacta.
Sir Paul Mc Cartney, como analista sesudo de voces, se dio el lujo de opinar acerca de Baglietto hace algunos años: “...Técnicamente no es ninguna maravilla, pero su voz es extremadamente interesante. Maneja un amplio espectro de tonalidades [...] Hay algo en su voz que traduce melancolía...”. Esta altisonante evaluación del ex-Beatle me produce exactamente lo mismo que si lo hubiese expresado el farmacéutico de la esquina de República del Líbano y Mendoza. Es decir, no importa tu origen o capacidad de emoción, Juan Carlos te cala profundo, tarde o temprano.
-¿Pedimos algo para tomar?- pregunto mientras aterrizamos en los mullidos sillones de la sala, y nos acomodamos con el grabador ya encendido. -Seguro- dice Juan y en dos o tres señas logra atención y de la buena.
Y desembarcan quesos, tostadas, jamón y cremas, bocados típicos armenios y un tinto respetable. No de Pedernal ni de las faldas de Zonda, pero bastante decente para la ocasión.
Hay premonición de apuro en los labios de su representante, que sobrevuela con toda amabilidad en la cercanía y anticipa: -Juan, a las 8:30 abren la puerta para la gente.
Lo que queda es poco. Y mucho. Suficiente y apretado.

La época del proceso fue muy complicada en todos lados. En Rosario hubo mucha gente desaparecida. Es que había una militancia importante. Fines de los 70 era una época de mucha militancia, y en aquella época yo era de la banda de gente más relacionada al rock. Y en eso había una especie de dicotomía entre los que tocaban rock y folklore. En aquel momento había algo que se llamaba Canto Popular Rosario, que tenía un poco más de inclinación hacia el folklore y hacia la canción popular politizada. Nosotros, en el medio de eso, éramos unos rockeros “aggiornados”; es que la resistencia del medio hacía que nos juntásemos, y en esta cosa de juntarse se mezclaban también los estilos musicales, las propuestas, todo. No te olvides que nosotros veníamos de una ciudad donde no había dos mil músicos, éramos doscientos y nos conocíamos todos. Y hubo una sana apertura, la querida y bendita fusión. Supongo que de allí surge toda la música que luego íbamos a inventar.
La Liga de la Moral y la Decencia
El Fausto de Goethe dice: “se dará cuenta de que todo lo que hace usted por romper y destruir el orden, en el fondo, lo refuerza. En definitiva, todo lo que está haciendo es para bien, no para mal. Usted está trabajando como empleado, se rebela contra su jefe, pero sigue siendo el empleado de siempre”.
Y en eso de rebelarse andaban los contemporáneos de aquel momento
La música, igual que el medio, empezaba a generar una efervescencia, pero que a fines de los 70 estaba lejos de la complicidad de la gente. En ese entonces, en Rosario, la Liga de la Moral y la Decencia tenía más injerencia que los partidos políticos. Los curas hicieron un trabajo de cirujano.
En aquel entonces yo iba preso dos veces por semana, por nada realmente, por nada. Pero claro, yo era un hippie importante.
Dice esto sin aires de grandeza o delirios retóricos, sino reconociendo un momento de pelo largo, morral y guitarra, pernoctes en variados lugares y la bohemia en los bolsillos de la diaria.
Desembarcados en el paraíso de los aires buenos, viene en el 82 Tiempos Difíciles, un disco marcador, ácido pero suave para oradar más bajo piel que a la vista, para que entre y se quede. “Mirta de regreso”, “La vida es una moneda”, “Era en abril”. Sólo algunas canciones que son parte, aún hoy, del inconsciente colectivo.
El disco fue un éxito que no esperaban. Y ellos aún tenían que acomodar el cuerpo a los vaivenes de distintos ríos: el Río de la Plata no es el Paraná.
Éramos muy perfeccionistas, queríamos que todo sonase en el momento justo, el acorde perfecto. Nos peleábamos por eso. Era una mezcla de inocencia, desconocimiento, quizás. Pero realmente no nos imaginábamos nada, absolutamente nada. Nos asombraba cada cosa.
Teníamos la rara oportunidad de que la misma música que hacíamos cinco meses atrás de manera ignota, el común de la gente la escuchase y te reconociera en ella, éramos masivos. Mientras, nosotros seguíamos siendo los mismos lauchas, no teníamos un sope, llevábamos exactamente la misma vida, pero extrapolada a Buenos Aires. Y si bien veníamos de una ciudad importante, no éramos unos payucas ni Palito bajando del colectivo con la guitarra en el hombro. Hacíamos la misma vida que antes, pero en esta ciudad que nos parecía inabarcable, gigante. No entendíamos bien qué pasaba.
De manera un poco atropellada, los productores del primer disco nos empujaron a grabar de nuevo, apenas seis meses después del lanzamiento de Tiempos Difíciles, cosa que en el momento no entendí. Lo hacíamos porque teníamos un contrato y nos tocaba hacerlo, pero sentíamos que no nos daban el tiempo que necesitábamos para crearlo, para producir la obra artística.
“...ese es el ingreso de cabeza al mundo del tango y el folklore, aunque pretencioso: con arreglos enmascarados en carácter de rock, que si bien hoy lo mantenemos, no metemos una distorsión para El día que me quieras ni lo haríamos...”
Entonces nos dijeron: “vamos a grabar el segundo disco antes de que el primero se los coma, los transforme o congele en un determinado lugar que sea exclusivamente ESE primer disco”.
Y en el medio de grabaciones y lanzamientos apurados, los 80 goteaban en y el ambiente como plomo caliente. La explosión libertaria del arte, los espacios, los artistas, los excesos.
Haber sobrevivido a los 80, una época tan pretenciosa, no es poco. No era solamente por los cambios, sino que la época imponía una especie de voluptuosidad, una cosa desmedida, tal que era tan o más importante pintarse los ojos que cantar. Era difícil no perder el foco. Y la noche, los vicios, las drogas. Era un combo, si no estabas en eso, no estabas de ninguna manera. Como cuando empezás a fumar.
Ayúdame a mirar (o el tango que viene)
Juan Carlos cuenta que tiene raíces de folklore, rock y tango. Que viene de eso, no por mezcla, sino por dosis medicadas de cada uno. Con la música de su casa, de la calle, del río y de la ciudad. Y el tango andaba dando vueltas más cerca de lo que se anunciaba por los altoparlantes del rioba.
Cuando saqué Ayúdame a mirar, en el 90, hacía tiempo que venía con la inquietud del tango y lo acústico. Aunque la semilla de esa etapa es anterior y tiene que ver con hacer música para los pibes. .
Por aquel entonces, unos años antes, lo llamé a Vitale para grabar un disco para chicos, con quienes toda mi vida había laburado mucho. Con Lito nos conocíamos porque cuando él estaba con MIA traía a Irreal de soporte a Buenos Aires, y nosotros hacíamos el mismo juego con MIA en Rosario. Nos conocíamos desde los 70.
En el año 89 grabé un montón de maquetas, con muchos y diferentes músicos, de canciones para niños. Plena hiperinflación. Unos días antes de sacar el disco me dijeron: “para qué lo vamos a sacar, si no sabemos si dos días después de ponerlo a la venta podremos recuperar siquiera lo que vale el plástico del disco”. Ahí murió ese proyecto, pero quedó el germen de la relación mas cercana con Lito, tocando juntos.
En esos años, cuando terminábamos la gira de Ayúdame a Mirar lo llamé a Vitale con la idea del disco para chicos y me dijo: “¿...y si en vez de hacer un disco para pibes hacemos uno para grandes...?”. Todavía era época de discos de vinilo y casetes. En ese proceso, descubrimos que teníamos orígenes similares en la música: el tango y el folklore, como así también el rock nacional. Entonces pensamos en hacer una cara del disco con los contemporáneos -Nebbia, Spinetta entre otros- y la otra de clásicos, con tango y folklore. Y pronto descubrimos que le aportábamos mucho más a los clásicos que a los contemporáneos, así que terminamos sacando finalmente Postales de este lado del mundo en el 91.
Claro que antes de eso, veinte años antes, algunos maestros venían dando clase con la fusión tango-rock: Mederos, Piazzola, el mismo Nebbia y su melancolía. Pero Baglietto y Vitale jugaban una carta arriesgada por la masividad que alcanzaría y el tipo de sonido logrado en ese primer disco.
En aquel momento el disco fue de tango pero enmascarado con arreglos de rock. Hoy, sin utilizar ese tipo de recursos sino otros más nobles, por decirlo de alguna manera, planteamos las mismas cosas y logramos resultados mejores. Pero desde otro lugar estético, sin aquella estridencia.
Luego de grabar ese disco no le pusimos más atención. Sólo hicimos tres o cuatro Óperas y no lo tocamos más.
Diez años después, en el 2000, nos volvimos a juntar e hicimos cuatro discos, giramos tres años con más de quinientos shows, ganamos un Grammy con Postales del Alma -que fue el sucesor de Postales de este lado del mundo-. Ganamos el Grammy que ostenta orgullosamente un pedido de disculpas de Vitale a Salgán, por el mismo motivo que nos lo habían entregado: ¡nosotros ganando un Grammy de Tango!
Recuerdo que no fuimos, había que pagarse todo para ir. Yo estaba en la cocina de casa y me llaman diciendo “ganaste un Grammy”. El glamour de esos festivales son para los que, particularmente, visten glamour de festivales. El resto, espera en la cocina.
¿Y Candela?
Y siempre lo digital asoma la cabeza. Dado que la distribución de música está en plena transformación, la mayoría de los músicos no saben cómo pararse ante este nuevo paradigma y se pegan a las conocidas estructuras vigentes. En parte por pereza, por nostalgia, por acostumbramiento, por predisposición, por inercia. Y en otras, las menos, por mantener el concepto artístico completo de la obra.
No vemos en la distribución digital de nuestra música la solución a algo de manera absoluta. Vemos una posibilidad que la usamos, pero hay algo en nuestra producción artística que se completa si tenés algo en la mano, lo tangible de tener el disco, el material.
La ficha, las fotos, la tapa y el arte interior. El plástico y el olor a sí mismo. El polvo sobre el disco y la grasa de los dedos sobre la cara que va hacia abajo. Esa misma. No es una posición romántica sino partidaria de la magia. Alguien tiene que maniatar del cuello al flujo ininterrumpido de música sobre intangibles ceros y unos. Si la música puede perder cuerpo y todo parece seguir su camino, el sexo está cerca en la cadena de sucesión. Cuidado.
Nostalgias
Nos corrió la gente que empezaba a llegar, temprano, al show. A través de oscuros pasadizos terminamos tras bambalinas, con el resto de la banda y Lito que entraba apurado por el horario. Comieron, bebieron y accedieron a más fotos antes de subir al escenario. Nos quedamos de polizones en los secreteros de la sala, al costado del escenario, mirando desde donde los músicos no esperan ser mirados. Tamara hacía fotos en la sala mientras con Dante definíamos por penal, entre canción y canción, algunas sobras de comida que la banda olvidó en la mesa y que pellizcaban sólo cuando salían de escena dejando a Baglietto y a Lito solos, más íntimos con la gente. Salimos a la calle, un rato más tarde, en silencio. Sin esperar a que terminen. Después de todo, para ellos, nosotros ya no éramos.
-¿Terminás el vino que queda acá?- pregunté mirando fijamente a Dante.
-Tomalo vos.
¡No era vino, era Coca! Me quedó un sabor raro en la boca. Lo mismo me pasó con algunas canciones.
Llevábamos, entre la piel que cubre el parietal y el hueso mismo, algunas esquirlas de canciones de siempre. “Los Mareados”, “Historia del Mate Cocido”, “Mirta de Regreso”.
Memoria de memorias. Memorias y llamados de larga distancia a la corta memoria.

Es probable que lo que escuchemos hoy, haga llamados precisos a lo que guardamos en los fondos sucios, abandonados de la memoria absoluta. Entendemos lo de hoy a través del confuso vidrio de los recuerdos.
Por esto, vamos a seguir escuchando a Spinetta en los ecos de los ecos de otra voz. No importa quién la imposte.
Por eso, Juan Carlos será parte de la -a veces silenciosa- banda sonora de las madrugadas sin apuro, en los veranos tempranos de Albardón, Alto de Sierra o Avenida Central.
Como escribe Abonizio y canta Juan, “Allá lejos, cuando salen, de la iglesia, los compadres, se sientan a jugar, al sol.”
