Cómo jugar a la Rayuela en San Juan
Y diré las palabras que se dicen, y comeré las cosas que se comen, y soñaré las cosas que se sueñan, y sé muy bien que no estarás.
Cada vez iré sintiendo menos y recordando más.
No es algo enteramente demostrado, pero Cortázar estuvo en San Juan. Por otro lado, la prueba que aquí ofrezco es también bastante incierta. Mi informante, un profesor alejado de las aulas hace rato que pidió no ser nombrado, tampoco es muy claro respecto a cómo fue que llegó a sus manos esa carta escrita a máquina, firmada por J. F. C., fechada el 25 de junio de 1945 y escrita en una hoja con membrete de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.
Confieso haber leído y discutido la mayoría de los textos de Cortázar, conozco gran parte de sus estudios y opiniones, y por lo tanto estoy al tanto de la publicación de muchas de sus cartas a distintos amigos y colegas como Eduardo Castagnino, Mercedes Arias, Fredi Guthmann, Jean Barnabé, Alejandra Pizarnik, Roberto F. Retamar y muchos de sus allegados y parientes. Pero entre todos esos textos no hay mención alguna de su paso por tierra sanjuanina. Sí es cierto que, entre 1944 y 1945 dictó un curso de literatura francesa, a tan sólo 180 kilómetros, más lejanos entonces por los medios de transporte. Notarán que, entre los datos que doy, omito el destinatario de la carta; éste no aparece en la lista puesto que se trata de la persona que gentilmente me ofreció la hoja mecanografiada, que pude tener en mis manos, con extremo cuidado y celo de su propietario, y que pude escanear para transcribirla en esta nota.
Juzgue usted, lector, si los datos aquí ofrecidos son suficientes para probar que, en efecto, se trata de una carta escrita por Julio Florencio Cortázar y que, en caso de ser real, no se trata de otra broma del escritor.
Mendoza, Cuyo, 25 de junio de 1945
Estimado. Más que estimado, querido... (Aquí se ha omitido el nombre)
Primero que nada sepa entender mi prolongado silencio epistolar, diversas cosas se han hecho dueñas de mis pensamientos. Por un lado la complicada (por usar una palabra más que amable) situación política que usted deberá conocer de cerca, que llega inclusive aquí, tan lejos, en el borde mismo de la patria. Dicho estado de las cosas hace que peligre mi estancia en estas tierras, en otra carta prometo extenderme sobre el tema. Sepa también que soy consciente de que usted conoce lo complicado que es responder una carta inmediatamente, puesto que nunca parece acabar de leerse esta o aquella noticia, uno saborea las palabras hasta gastarlas, son un caramelo que uno quisiera bastante más duradero, al menos hasta que el otro mande un nuevo pliego.
No he escrito mucho últimamente, no al menos algo que valga la pena leerse, aunque como ya le había comentado anteriormente sigo teniendo algunas de las ideas-semilla para varios relatos, sepa entender que en estos desiertos el agua escasea y las plantas mezquinan sus hojas y las convierten en espinas y púas verdes. A propósito, debo comentarle que días atrás he viajado un poco más al norte, a la provincia de quien supo ser un adalid de la enseñanza... exacto amigo, el gran Domingo. Un viaje bastante extraño tuve hacia San Juan, primeramente el trayecto lo hice en un automóvil que me facilitó un amigo mendocino reciente, tuve un paso por el desierto, entre ambas ciudades; un pasaje lleno de alucinaciones y apariciones, a lo lejos las polvaredas parecían tropas de caudillos espoleando el desierto ¿Me sigue la exageración? Y no termina todo ahí, al llegar a la urbe sanjuanina la impresión fue aún mayor, parte de la ciudad parecía bombardeada. El primer ser vivo que me habló, un canillita, me explicó que hacía poco la ciudad había sufrido un terremoto gigantesco. Otra alucinación ¿aquella catástrofe era símbolo de algo que no veíamos? Busqué y almorcé algo en una casa acondicionada como comedor, el vino era un milagro, imposible creer que de esa tierra obtuvieran ese jugo, debería probarlo. Paseé un poco por un lugar muerto por la siesta (esa impresión la asimilé en Mendoza, la primera vez pensé que despertaba en un lugar donde todos habían desaparecido) y llegando la tarde decidí volver.
No sé por qué ocupo esta carta en contarle tan breve hecho en el tiempo, pero tan duradero en impresión. Similar a ver una hermosura de mujer que uno sabe no va volver a ver nunca más, la calle corre y uno siente una nostalgia anticipada. No he podido volver a San Juan y dudo que pueda repetir la experiencia. No he encontrado acá un lugar donde sirvan unas empanadas similares siquiera, a aquellas que acompañaron tan buen vino. Acá la gente se entrega a la siesta, pero nada repite la sensación real de que ingresaba a otro mundo como me sucedió en la siesta sanjuanina. Ya ve, ya le dije que últimamente no había escrito nada que valiera la pena, quizá sea cierto; y si usted no lo cree así pues redima estas notas, considérese mi lector, pero mejor aún mi amigo.
Con afecto y recuerdos.
J.F.C.
Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.
