“Mirá Ariel, hay que observar el comportamiento de los pájaros. Yo siempre he mirado hacia arriba y observado lo que hacen ellos. No te olvidés nunca de mirar el comportamiento de los pájaros”.
Así le aconsejó Kummel a Ariel Sampaolesi no hace tanto tiempo. “Mirá a los pájaros”. Es probable que en una alegoría simple, Oscar se sienta un pájaro. Y que el uso del cuerpo en el teatro sanjuanino, tan empujado por él y sus formas, tenga que ver con los pájaros. Los pájaros son todo cuerpo. Y el teatro en San Juan es todo Oscar.
¿Y qué ven? Ven a Don Quijote en traje de noche y con los ojos cerrados, que está dando cuchilladas a unos cueros de vino, que están colgados en su habitación. ¿Qué ha sucedido? Don Quijote está soñando que el gigante está amenazándole y ha empezado a atacarle con su espada. Cree que se trata de la cabeza del gigante que tiene que vencer. Por el vino tinto que ha salido de los cueros hay manchas rojas en todas partes de la habitación. Al ver el desastre, el ventero intenta parar a don Quijote dándole golpes. Pero Don Quijote no se despierta.
Buscábamos, pero era difícil encontrar intersecciones entre Don Quijote y el vino. Los caballeros de aquella época, prestos para el combate, no solían andar de caravana con los caldos puestos. Claro que lo que no hacía con el vino el hidalgo Alonso Quijano, era felizmente ejecutado por su escudero, Sancho Panza. Ese tomaba vino como para añejarlo durante la trayectoria de sus viajes. Por acá se nos cerraba uno de los caminos. Pero el hecho de que el anhelado Quijote de San Juan de la Frontera no tuviera cruces explícitos con el tinto en la pluma de Cervantes, no limitaba nuestras modernas biromes de la memoria, esas de trazo grueso para el recuerdo galán y de trazo fino para la miseria nocturna, en recordar el uso y abuso de algunos licores de curiosa homonimia.
Porque, quién lo negaría, el licor y el teatro tienen cosas en común. Los teatreros son al teatro lo que el líquido contenido es a esas botellas de formas suaves, tirando a pequeñas, fáciles de abrazar con la mano y llevar a la boca. Los artistas, buscándole la vuelta a la cintura dialéctica, a las concavidades del espíritu, también se dejan abrazar con la mano y llevar a la boca.
Los licores son bebidas alcohólicas que sabios y arriesgados alquimistas de la Edad Media solían recetar para diversas afecciones o males. O afecciones y males. Y no digo afección de afecto, sino de afectación. Y digo males de esos que hacen mal, que duelen, que rasguñan y requieren de un agente externo para ser abiertos y secados al sol de la reflexión científica. O espiritual.
Oscar ha sido y es el maestro de todos los teatreros de nuestra provincia. Los que no fueron formados por él fueron formados por sus alumnos. Su estética, la simpleza, ha sido decisiva para pensar en la identidad del teatro sanjuanino. Por eso tantos lo consideran el padre del teatro sanjuanino.
En su apogeo, los licores solían ofrecerse como pociones para el mal de amores, afrodisíacos, medicinas. También para alejar problemas del bolsillo, poner en agua las rencillas familiares y desenamorarse de las sobrinas.
En este canal, el kümmel, es un licor alemán, destilado como todo licor, que solía ser dictado al oído por Hipócrates para la digestión, tanto como la menta. Oscar Kummel es de padres alemanes, como el licor homónimo.
El kümmel es un fruto aromático, pariente del comino. Y aunque se suelen confundir, nadie diría hoy 'me importa un kümmel'. Menos en San Juan. La bebida de referencia, no Oscar, tiene una graduación alcohólica de aproximadamente 45°, y los más queridos se componen en la región de Borgoña, en Francia.
Aunque, claro está, Oscar no tiene esa graduación. Y en su apogeo, solía ofrecer sus obras como pociones para el mal de amores, afrodisíacos o medicinas. También para alejar problemas del bolsillo, poner en agua las rencillas familiares y desenamorarse de las sobrinas.
Porque si eso no es el teatro, ese corto trance extrasensorial en lo elástico de la vida, entonces -mozo- tráigame un licor.
Los treinta
Guaymallén, Mendoza, 1934. Abuelos alemanes con la excepción de la madre de su madre, nacida en Gualeguaychú, Entre Ríos. En ese lugar y con esos abuelos nació Oscar, para luego desembarcar en San Juan y crecer entre manzanas. Veinticinco hectáreas que su abuelo tenía en Barreal, Calingasta. Así fue que el pibe creció entre la fruta prohibida, pero sin Eva.
Crisis económica mundial en extensión, del occidente al oriente. Europa en crisis y en guerra. Keynes editaba sus teorías económicas anti-recesión, hoy aún vigentes.

Oscar todavía mantiene en el tiempo, de alguna manera, su relación con Alemania. En algún momento ha comentado: “Tengo el tesón del alemán, por eso nunca paré”. En sus palabras hay creencia personal, una asociación propia con el éxito por la perseverancia más que por su talento.
Por aquellos años, Picasso pinta Guernica y en el cine brillaba Lo que el viento se llevó, a la vez que Chaplin daba sus últimos pasos con Tiempos Modernos y El Gran Dictador. Ambos títulos, premonitorios del mundo que vendría en las décadas futuras.
Los cuarenta
Hoy reconoce que si no hubiera sido actor y teatrero, específicamente, hubiera sido enólogo. Hubiera metido las manos de manera más profesional en las frutas y las verduras, en la cocina, no sólo como un despunte del vicio de su casa de Ullum. Pero en los cuarenta había que decidir qué estudiar, con la bendición de los padres.
En aquel entonces coexistía el planeta con la Segunda Guerra Mundial. El mundo se movía con cuidado sobre los hombros de Gandhi, pero esto no bastaba para evitar los desastres nucleares de Hiroshima y Nagasaki.
La simpleza en las puestas era una decisión, una estética, una manera de hacer teatro. Pero no eran fáciles, no es eso, no venía premascado todo. Había que pensar. Eran simples porque era sencilla la escenografía. Utilizaba muy pocos elementos y tal vez un elemento era para varias escenas.
Su padre le dijo “…primero termine enología, y después hablamos…”. No era fácil plantearle al viejo en los años 40 que querías estudiar teatro. No había tanto “Soñando por actuar” dando vueltas por ahí, ni sueños de éxito como actor inflados por la TV. Claro que no se estudiaba teatro por asociarlo con la futura economía del hogar, sino por vocación, por llamado.
Hitler reventaba y se reventaba a sí mismo. El mundo era un caldero hirviendo, y llegaba Juan Domingo Perón al gobierno.
Un rato después de que el terremoto del 44 rompiera la ciudad de San Juan en memorias de sangre y reconstrucción, Oscar empezaba enología, para terminarla ya iniciada la década del 50. Aún el actor no rompía el cascarón, y allí andaban por los cines Ciudadano Kane, Casablanca, Gilda, Ladrón de Bicicletas. ¿Quién no disfrutaría con ese cine? Nacía Al Pacino, pero nadie lo sabía aún.
El jazz preparaba el camino, el bebop rompía la monotonía y acomplejaba el swing. Empezaba a escucharse un poco de ruido llamado rock ’n’ roll.
Los cincuenta
En estos años el actor viene a buscar al enólogo, y lo saca a pasear durante toda la vida. Da la sensación de que él lo presentía. Era la década de Eva al desnudo, Rebelde sin causa, el Diario de Ana Frank. El cine atropellaba con fuerza y empezaba a transformar obras de teatro en celuloide
Se configuraba lentamente la Guerra Fría, con el fortalecimiento de la URSS como la antítesis de occidente.
Kummel terminó enología y tuvo que hacer el servicio militar. En 1958 decidió inscribirse en un curso de teatro que dictaba Adelaida de Castagnino, en la Escuela de Arte Dramático. Menudo contraste: de la estructura miliciana y dura del servicio militar, a su puerta de entrada al teatro, lo que sería su casa móvil el resto de su vida.
“Con veinte años, estaba haciendo la milicia en Mendoza y mi cuñado me anotó en el curso de teatro de doña Adelaida de Castagnino. Él dejó ahí mismo, pero yo seguí y no lo largué más”
Con sus compañeros de aquel taller formó parte del Instituto Superior de Arte (ISA), levantado en el Parque de Mayo luego del terremoto de 1944, mejor conocido como El Globito. Allí fue profesor y dirigió la Escuela de Títeres, hasta que cerró en 1965.
“Más tarde, se empezó a construir un teatrito que se llamaba El Globito (como El Globo inglés, aquel que supo albergar a Shakespeare). Era muy chiquito pero tenía una acústica fantástica, porque era todo de madera. Todas las maderas estaban así inclinadas (y nos muestra con el gesto de sus manos, manos con tanta historia). A mí me invitaron a participar como profesor de títeres. Pero me picó el teatro. Me metí de intruso y me quedé”.
Recuerda aquel teatro denotando algo de frustración en las palabras, 'Nunca pude lograr que se volviera a construir, la respuesta que obtuve siempre fue que ya había uno en Mendoza', dice y vuelve a decir cuando puede. No como queja, sino como evocación. Y toda evocación se carga de melancolía.

Mientras Oscar disfrutaba y aprendía en su paso por El Globito, en Estados Unidos el consumismo reventaba la vida de todos. El mundo, en permanente cambio, se preparaba para los tiempos de la alta velocidad.
Esta década, convulsionada, parteaguas, dejaba a Perón exiliado y a Fidel en el poder tras derrocar a Fulgencio Batista.
Los sesenta
Un año antes de que cerrara el teatrito, El Apolo de Bellac se estrenó en San Juan. Fue un 23 de mayo de 1964 con la dirección de Juan Carlos Vázquez Vela, en la sala del teatro de cámara del ISA, ese legendario “Globito” que traemos de la década anterior.
Esta obra de Jean Giraudoux se transformó en la primera que lo llevó a escena y con la cual se recibió de actor. Interpretaba a Apolo, un dios que bajaba a la tierra a enamorar a una mujer que no encontraba el amor.
El amor que no encontraba el personaje de Oscar venía pidiendo pista en el mundo con una rebeldía muy pragmática: movimientos sociales, el Mayo Francés y el Che Guevara. Aunque también el hombre en la luna, rompiendo a los románticos en pedazos. Ya no era de ellos, ahora la luna era de la NASA y sus documentos foto-filmográficos.
…muchas cosas que desaparecían de la casa, mágicamente, aparecían en el escenario. Incluso un día, una de mis hijas, muy chiquita, gritó en medio de la puesta: -¡mirá, mami, tu planchador!…
Tal como lo analiza el equipo de investigación del proyecto de Historia del Teatro Sanjuanino, dependiente de la Universidad Nacional de San Juan, desde sus primeros pasos concretos y pesados como actor, Oscar Kummel fue construyendo un modelo de puesta y de actuación que repelía el realismo y el academicismo, tanto en su sentido de actuación como de puesta. Así, aferrado al ilusionismo durante sus primeras obras, donde alternaba dirección con actuación, fue dando paso a una particular y nueva actitud farsesca del teatro. Paralelamente fue “diseñando” un tipo de corporalidad para sus actores y para sí mismo, que exploraba relacionando la gestualidad del mimo con el discurso de la farsa, géneros estos casi desconocidos en la provincia.
Fue en el año 1966 cuando dirigió su primera obra: Médico a Palos, de Moliere, en la Biblioteca Franklin Rawson, y dos años más tarde se incorpora al Teatro de los Seis, formado por David Volpiansky, mientras también seguía con sus talleres.
En esos 60, mientras Kummel se consolida como actor y elabora lo que sería su sello futuro, muere JFK, asesinado por el aparato que él mismo hizo funcionar a la vez que quiso atenuar: las armas y las conspiraciones.
Los Beatles hacen que baile el planeta y alrededores. Y la gente baila mientras mueren Malcolm X y el Che Guevara. Los hippies hacen el amor y pisan la luna varias veces por día sin necesidad de Neil Armstrong.
En el cine, Kubrick, Polansky, Buñuel, Hitchcock coexistían pacíficamente. Era cine para mirar sin apuro. Primaba Europa y Lennon-McCartney también encendían la máquina de filmar.
Recrudece Vietnam, mientras los sesenta se van sin poder terminarla.
Los setenta
Kummel se acerca a una década llena de cambios, dramáticos y felices, definitorios. Funcionario en Salud Pública, trabajador de Radio Sarmiento -compaginando programas y promocionando la emisora con sus muñecos enormes- y profesor en la Escuela de Teatro. Pero principalmente, actor y con compañía propia.
Son años convulsionados, se profundiza la escisión global entre la izquierda y la derecha. El socialismo gana lentamente en América Latina y recrudecen, como reacción, las derechas militarizadas para recuperar el poder. Cueste lo que cueste.
En este contexto, cuando hacía ya once años que Oscar trabajaba en Radio Sarmiento, se dio la oportunidad de viajar a Santiago del Estero a representar una obra. Pero en la radio, intervenida por los militares, no le dieron permiso. Eso no fue impedimento: presentó un parte de enfermo y siguió como siempre, el canto de sus sirenas. Claro, los militares lo buscaron, lo descubrieron y lo echaron. Eso fue una suerte para mí porque desde ahí me dediqué sólo al teatro, empecé a enseñar y nunca abandoné la docencia.
Llegué a ganar muy buena plata como profesor en la Escuela de Teatro y en el programa de televisión San Juan en Alta Visión, evoca Kummel. Hasta que el teatro lo cautivó por completo y en 1971 creó su propia compañía, Nuestro Nuevo Teatro, con sus alumnos más avanzados.
El 73 fue un año bisagra: la Directora del Goethe lo vio representar una obra y le ofreció participar en el instituto con todo pago. La única condición era que una vez al año representara una obra de un autor alemán o de habla alemana. Kummel ingresó al instituto y nunca más se fue.
Ese mismo año, ganó el primer premio a la mejor puesta en escena y mejor actor con la obra ¿Conoce Ud. la Vía Láctea?, en la Semana Universal del Teatro, organizada por Radio Colón

Mientras Oscar tocaba botones en la radio y armaba engranajes para su compañía, nacían Intel y Microsoft, al mismo tiempo que Juan Pablo II cerraba los 70 como cabeza máxima de la Iglesia. Iglesia que en poco tiempo sería usuaria de computadoras Intel con software de Microsoft. Una trilogía destinada a triunfar: hardware, software y espiritualidad.
A Nixon lo corre el Watergate, a Inglaterra la corre Tatcher, a Elvis lo esperan en el cielo con una guitarra de cuerdas de metal, y el General Franco nos hace el favor de pasar a peor vida, pero les regala a los españoles la coronación de Juan Carlos I, quien en ese entonces aún no cazaba elefantes ni se descaderaba fácilmente.
Inicia la época política institucional más sombría de Argentina: la máquina de matar toma el poder en 1976. Con respecto a este momento Oscar dice: “A partir de 1973 los actores fuimos muy perseguidos. Yo me salvé porque contaba con la tutela del instituto Goethe, que además pagaba mis puestas en escena. Pero fue una época muy dura y triste: hemos actuado con militares tras bambalinas, y cuando nos íbamos de gira nos revisaban absolutamente todo lo que llevábamos”.
El cine se llenaba de Scorsese, Bertolucci, Cóppola, Spielberg, Milos Forman, George Lucas, de Palma, Alan Parker, Woody Allen. En fila y haciendo trencito en Hollywood, empiezan a bombardearnos con toneladas de cine.
Los ochenta
Se venía una de sus obras más significativas: Angelino. Y Oscar la recuerda también: “No había una obra hecha especialmente para mimo, entonces decidí hacer Angelino”.
En aquel entonces, se profundizaban las dictaduras en América Latina, así como la hegemonía de Estados Unidos en la nueva década. Hegemonía que terminaría, luego de un recrudecimiento, con la Guerra Fría y el muro de Berlín. Vuelve la democracia a Argentina y se destapa el arte, fluye a borbotones por las alcantarillas de las bocas tapadas durante tanto tiempo.
No llegué a representar El Quijote de Barreal, obra que tenía escrita. Quería esperar a mejorarme para poder hacerla. Y no pude
Sigue recordando a Angelino “…además, porque era un muchacho simple como lo eran todas mis obras de teatro. En esa puesta, trabajaron conmigo Juan Carlos Carta y Patricia Savastano. Gracias a ellos pude hacerla. Y nos presentamos en Córdoba, donde recibimos unas críticas fabulosas. Fue una puesta simple por una cuestión de tiempo y espacio. Yo simplificaba todas las obras. Las fotocopiaba y después iba recortando y pegando. Porque tampoco se podían hacer acá en San Juan obras muy largas. La gente se iba…”.
La obra fue estrenada el 6 de noviembre de 1984 en el Teatro Sarmiento. La escenografía, vestuario e iluminación estuvieron a cargo del propio Kummel, mientras que la música en vivo estuvo a cargo de Daniel Clavijo y Mario Morales como ayudante de escena.
Lennon moría un rato antes de que a Juan Pablo II no pudieran asesinarlo. Umberto Eco escribía El Nombre de la Rosa, que luego interpretaría en el cine Sean Connery. Esa que tenía el siguiente diálogo entre un Franciscano y un abad, en la biblioteca de la abadía: “- La risa es un viento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos. - Pero los monos no ríen, los hombres sí. La risa es un atributo humano. - Como el pecado”.


El cine ya se vuelve industria, maquinaria, haciendo imposible enumerar una lista justa de películas emblemáticas, aunque para el final de la década, Tim Burton ya gritaba en las cabezas de muchos soñadores.
Y Oscar también llegaba al cine. En el popular barrio San Martín, el de los monoblocks, se filmó -en 1981- la película Visión de un asesino, de Reynaldo Mattar, con Oscar Kummel, Lucy Campbell y Juan Carlos Dual, entre otros. No tuvo el éxito esperado, “faltó mucha promoción” se lamenta Kummel. Y su incursión por el cine no le devolvía lo que el teatro sí le tenía guardado.
En 1982, Michael Jackson produce el disco más vendido en la historia de la música: Thriller. Reinaban entonces la música disco y los videojuegos. La masividad y el consumo. El mundo era otro, y se volvía pesado para cargar sobre la espalda de las ideologías de hacía algunos años. Parecía que el mercado había traído finalmente la felicidad. Sólo parecía. Estos años habían sido de popularidad para Kummel: televisión en Canal 8, autógrafos a la salida del programa, cine, Angelino. Se venía Alemania.
Los noventa.
En 1990 el Instituto Goethe le otorgó a Oscar una beca para viajar a Berlín. “Oscar hacía todo. No era sólo el actor o el director. Era el utilero, el tramoyista. Cuando él estuvo en Alemania, becado por el Instituto Alemán para que fuera a ver teatro allá, él decía todo lo que hacía en el teatro y no le podían creer. Porque allá cada uno tiene su función específica y no lo saqués de ahí. El tramoyista es tramoyista, el escenógrafo es escenógrafo. Éste hasta se ponía a coser con su vieja Singer toda la vestimenta”, contaba Inge, su esposa.
Eran años de tremendas guerras, modernas y televisadas. América Latina profundizaba su llegada a la democracia, aunque con enormes complejos de personalidad: entre Washington y Europa, entre olvidos e injusticias con sus orígenes. La Unión Soviética se disgregaba rápidamente mientras que Europa consolidaba su unión a partir del tratado de 1993. Se cocinaba el crecimiento futuro de los gigantes asiáticos como India y China, pero todavía les faltaba un golpe de horno.

El Sida empezaba a cobrarse víctimas populares y famosas. La conciencia a veces necesita de golpes bajos para funcionar.
En aquel entonces se armó Argimón, otra de las obras paradigmáticas del trabajo de Kummel
“En Argimón quise hacer un pueblo parecido a San Juan. El personaje de Argimón fue muy importante para mí, ya que era un Quijote. Y yo con el Quijote me he identificado mucho siempre. (Oscar se identifica con el Quijote y nosotros lo identificamos con ese caballero, después de conocer su historia. Aunque también físicamente: Oscar es flaco, de barba larga y canas). El personaje me gustaba mucho y lo hice porque a ese pueblo lo comparé con el San Juan de aquel entonces. Fue una obra que me marcó porque es un poco mi vida. Es una de mis obras preferidas. Fausto fue muy linda también, una linda puesta. Pero una puesta, nada más. En cambio, Argimón y Angelino eran Quijotes. Esas obras fueron puestas todas con Nuestro Nuevo Teatro”.
Con esta obra, se logra uno de los grandes éxitos teatrales de San Juan, llenó teatros locales numerosas veces y quedó en la memoria de la gente. Muchos aún recuerdan a Oscar por ésta obra específicamente. La historia, un cuento de Haroldo Conti, es simple y emocionante: un hombre que quería volar, en su pueblo. Pero quien lo logra es su ayudante, Nino. El discurso que Oscar recuerda es impactante: “…no se arrastren como gusanos, sino elévense….”.
Argimón fue premiada y halagada a nivel nacional. Con ella Kummel obtuvo el Primer Premio en la Región Cuyo en la Fiesta Nacional del Teatro en el año 93. Las críticas de los principales diarios del país fueron muy positivas. Página 12 escribió '...Argimón es una excelente muestra del nivel alcanzado en San juan...

Patricia Savastano, alumna de Oscar, lo recuerda como un germen de aquel personaje que deseaba volar: “Cuando pienso en Oscar me acuerdo de los viajes en el Land Rover. Cuando salíamos de gira él iba como Argimón. Él nos enseño a volar, a salir de la óptica que nos enseña el sistema cuando crecemos, reduciéndonos la mirada y el cerebro. Era siempre creativo”.
Mientras Oscar guarda aún en frascos de la memoria y el corazón las mieles de Argimón, en la última década del viejo siglo el cine comercial profundiza su adicción enfermiza a los efectos especiales y Disney se vuelve una parada obligada en la vida de los pibes, con decenas de películas girando.
El nuevosiglo
El inicio del siglo trae los reconocimientos para Oscar. Premios regionales y nacionales a la trayectoria, en el 2000 y en el 2003, de parte del Instituto Nacional del Teatro.
El cine se despierta con la revolución digital. Se remozan viejos nuevos éxitos con efectos estremecedores, a la vez que algunos rebeldes como los Cohen, Cuarón, Tarantino, Wong Kar-Wai y Almodóvar hacen lo suyo dentro del sistema.
Los viejos alumnos de Oscar están en escena de manera plena. Haciendo lo suyo, llevando el gen Kummel a visitar múltiples lugares de manera simultánea. Juan Carta nos dice que Kummel “…estaba a la vanguardia del teatro corporal, donde el cuerpo era el elemento primordial. Mezclaba su experiencia corporal, que venía del mimo, con la línea del teatro alemán. En esa mezcla que él hace, que para mi es genial, está el germen del teatro sanjuanino y la razón por la cual es tan reconocido en el país. Nos sacó de las ñoñerías que se hacían en el teatro en otras provincias. Estábamos en otro planeta…”.
Y continúa: “Creó un grupo llamado Los mimos de Drum con el que anduvimos por todos lados. A Oscar ya lo conocían en los festivales, pero este tiempo con Angelino fue muy contundente. Esto coincide con la primavera democrática, cuando vuelven los festivales, ya que durante el proceso no hubo. En el 85 u 86 vuelve el Festival Latinoamericano de Teatro (en Córdoba) que era el más importante que había, ya que no existía el Instituto Nacional del Teatro”.
Ariel Sampaolesi tiene, a su turno, recuerdos y espacios de vida compartida con el Alemán, “El Kummel es un tipo que podía tener un texto pero que no partía de él para la acción. Eso es un sello hasta en personas que no han sido formadas por Oscar. Los dramaturgos o directores que tenemos, son personas que no piensan en el texto como primer elemento de laburo.
Otra característica que me marcó de Kummel es el armado escénico con dispositivos y objetos. He tomado esa relación teatro-objeto. El develado del artilugio, el descorrer los telones y ver el teatro; ver los cables y todas las porquerías que pueda haber en un teatro. Lo que él llamaba: mostrar las tripas. Eso está presente en todo el teatro sanjuanino”.
En el año 2009, Oscar decide dejar la actuación. Eran ya más de cincuenta años de profesión, y el cuerpo no lo acompañaba diestro como antes.
En ese mismo año, Benicio del Toro gana el premio Goya por su actuación en Che, y Sean Penn es el mejor actor para los premios Oscar.
Como contraste de números, en sólo ese año, Avatar recauda 2,700 millones de dólares, y el Instituto Nacional del Teatro recibe un presupuesto anual de 35 millones de pesos para, entre otras cosas, “Proteger y fomentar la actividad teatral en sus diversas expresiones, con asistencia financiera a las compañías de teatro independiente de todo el país”.
Pero los potenciales beneficiarios serían sus discípulos, no él en persona. Ya había decidido dar un paso al costado.
Los dosmildoce
Luces bajas y Oscar sentado quitándose el maquillaje. Música lejos, de fondo. De fondo lejos. Kummel mira al espejo, nos dirige la vista. Ahora baja la vista, como preguntándose cosas que no quiere mostrarnos en los ojos. Con los antebrazos en las rodillas, piernas abiertas, descansando la espalda en ellas, reza en voz baja.
Yo creo que se ha mimetizado tanto que tiene hasta la misma enfermedad de Don Quijote
¿Irme a hacer teatro a otro lado? Me ofrecieron muchísimo. Hasta para hacer televisión en Neuquén, para encargarme de la dirección artística. Pero no, tenía mi familia. Además, yo pensaba que en Buenos Aires iba a ser uno más y en San Juan no había nada, por eso me quedé. Porque había que hacer algo por el teatro. Y lo hice.
Todos tenemos fantasmas que se acuestan con nosotros, ocupan espacios prohibidos de nuestros espejos húmedos por el tiempo.
Los fantasmas de las manzanas de su padre, en su Barreal de la niñez.
Hay fantasmas carentes de moral. De esos del teatro. Extremistas del ánimo.
No existen fantasmas buenos o malos. Es que no somos buenos o malos. Somos ambos.
Oscar mira la mesa. Relojea de costado al perro.
Quiere decir todo y nada.
Pero Oscar Kummel es un sabio. Y un sabio, prefiere despedirnos. Él todavía tiene madera en la que madurar.
Nosotros, apenas entendemos el significado de teatro cuando él lo suelta entre labios.
