En la victoria mereces un buen vino. En la derrota, lo necesitas.
La música es el vino que llena la copa del silencio
La discusión, aquella noche de temprana bebida, era acerca de cómo somos tomando vino. Si lo hacemos con pausa, en medio del camino, con todos los sentidos, con sinsentidos incluidos. Esa conversación nos llevó a valorar los recipientes para beber vino. Vasos, copas, vidrio, metal, el pico de la botella inclusive. Y viajamos por ellos un buen rato.
La copa le da un vestido distinto al líquido. Quizás químicamente no lo afecta, pero se define como la ropa de gala para el tinto bordó que contiene.
Y allí están las frutillas, el chocolate, la madera y el café. Claro que eso no es propiedad del cristal de la copa, es prestado. La copa es la seda en manos femeninas, los dedos entreabiertos y las luces del jardín de la finca, con pasto cortado a piel y el rocío babeando las flores de la gala.
El vaso de mano, franco, generoso, noble a los dedos, humaniza el espíritu del vino. De ese vino que duerme la siesta estruendosa de los perfumes y el aire. El vaso es a la noche lo que el jean y la remera, a la fiesta. Avenida Libertador arriba, bocinas y un beso de urbanidad.
—¿Sabés qué hemos perdido? La capacidad de disfrutar nuestro vino sin el peso de su ropa.
—Es como el café de Starbucks o la hamburguesa de Mc Donalds. Tienen alcurnia de mejores por peso público.
—Hay que sacudirse los envases de la cabeza
—En todo sentido.
En las fiestas universitarias, donde los excesos son tenues de envergadura pero continuados en duración, el vino se ponía en una olla de aluminio, generosa. Se bombardeaba con hielo, y los jarritos de mate cocido entraban y salían como engranaje de molienda. En el medio, la guitarra ahorcaba el silencio con cuerdas viejas, deshilachadas, y los cantos te llevaban de norte a sur con la velocidad de un Boeing cargado de orígenes a los abrazos.
—Probá este vino
—¿Qué es?
—Vino, ¿no te dije?
—Sí pero... ¿Cepa?
—La que cuelga del parral
—¿Desayunaste picante?
—¿Cuánto hace que no probás un vino sin saber qué es?
—¿Vos te metés algo a la boca sin saber de dónde viene?
—Es una opción interesante...
Aquella noche no había sacacorchos. Fue entonces cuando el cuchillo se volvió gran amigo del descorche. Cuidado con las paredes. Cuidado si hacés presión. Cuidado con las piernas, no te pongas la botella ahí. Te dije, ahora hay que limpiar todo. El mapa de Islandia en las paredes blancas con tinto.
El pico de la botella es una alternativa intramuros, una muy íntima y privada de oxígeno. No recomendable para bocas generosas o pulsos temblorosos. Aquello que luce deportivo con un Gatorade, destiñe el momento con un malbec. No importa si es un malbec del oeste del Valle de Tulúm, bien a la orilla del Valle, criado en barrica.
El vino se toma con ropa de tomar vino. El vino en traje, en camisa o en jean, en vestido largo o jumper, de sombrero o minifalda. Cuando el vino se bebe desnudo, más conviene hacerlo en pareja, por aquello de las imágenes guardadas en los espejos interiores (a propósito, nunca tomés vino mirándote al espejo. El espíritu y lo espirituoso pueden provocar serias transformaciones en el aura).
—¿Entonces? ¿Quién se anima a definir si el envase influye?
—El envase no influye si cerrás los ojos para beberlo.
—¿Meramente visual?
—Si tenés los ojos abiertos, la vista domina al resto de los sentidos.
—Si tenés la piel abierta, el corazón lo hace.
—Pero si es la cabeza lo que se abre, todo el resto toma una dimensión mayor. Definitivamente, sentidos y cabeza funcionan en equilibrio.
—No importa el envase, el conjunto mata a lo individual. El todo cobra sentido, unido por el concepto. Nos impusieron que el vino se tomaba en copa, y creemos que elegimos nosotros.
—El todo cobra sentido. El vino, la copa, la mano y la boca.
Hubo un momento de silencio absoluto. De esos silencios que se guardan en bolsos. Corpóreo como para dejarlo en el decantador que tome aire.
Abrieron el Syrah que quedaba. Era un cosecha 2007, Pocitano y sin etiqueta, de la bodega de un amigo. Esta vez, con sacacorchos. Se pasaron la botella unos a otros, oliendo cómo el oxígeno le pisaba los bordes al diablo del vino. Tomaron todos en recipientes distintos y cada uno lo disfrutó consigo mismo y con el grupo.
Se parecieron más a ellos mismos.
Sostén la botella al trasluz; verás que siempre tus sueños están al fondo.
