Ellos se ríen de mí por ser diferente, yo me rio de todos por ser iguales.
Hubo en este mundo un personaje célebre, triste, con aspiraciones adversas a su destino, que tenía como costumbre patear el tablero sin siquiera proponérselo. Veinte años atrás el mundo escuchó su grito de guerra, un manifiesto, la proclama de una generación insoportablemente muda. Tenía este ser humano poderes que excedían de modo arduo lo que de él siempre se esperó; y estaba escrito en piedra que este hombre fuera centro y confluencia de un huracán de emociones reprimidas, sentimientos encontrados y fuerzas instintivas imbatibles…y que nada de esto lo hiciera sentir bien.
Este es el fin del mundo tal y como lo conocemos
Para comienzos de la década del 90 del siglo pasado, el zeitgeist yankee estaba básicamente diluido; las dicotomías aliviadoras se habían tornado difusas y los noventa empezaron a dejarse caer sobre todo como una sombra densa y angustiante. Los 80 habían tenido como protagonista al partido republicano, cuyo discurso se había expresado a través de la rústica oratoria del presidente Reagan y la tierra de la libertad mostraba las fisuras reales de la demagogia. Como resultado de las políticas de desregulación económica impuestas sobre el comercio, las posibilidades de crecimiento de la juventud estadounidense no estaban ligadas precisamente a la realización de las fantasías y deseos personales, sino que chocaban contra una realidad que les brindaba dos simples opciones: ser tragados por el monstruo o bien optar por ser parias, outsiders, desclasados; individuos no aptos para conformar parte de la máquina.
La generación anterior, conocida como los babyboomers, nacidos luego de la Segunda Guerra Mundial, había conformado un fuerte imaginario relacionado con los conceptos de igualdad, liberación y acercamiento a los ideales de un mundo mejor para todos. El espíritu hippie, abogando por una era de amor libre, lograba ir un poco más allá a través de los estados de conciencia alterados y el impulso de la revolución sexual. Sin embargo, en algún momento el sueño debía terminar. Y si esto era un nuevo amanecer para América (como rezaba eslogan gubernamental de la campaña de Reagan) en Seattle la resaca se hacía sentir de la peor manera.
Aquí estamos... entreténgannos
Es en este contexto, en el que se entrecruzan la subversión de los ideales del verano, del amor, los profundos sentimientos de frustración de la horda totalmente desbrujulada y el vislumbramiento lúgubre de un futuro incierto, donde nace la figura de nuestro héroe y la obra que habría de inmortalizarlo, muy a su pesar, dándole voz a la furia inarticulada de la Generación X.
Kurt Cobain y Krist Novoselic, ambos hijos del frío y árido noroeste americano, habían fundado junto a Chad Channing en 1988, la que sería la cara del movimiento bautizado tempranamente por Mark Arm como grunge (“…our sound is pure grunge, pure noise, pure shit…”): Nirvana.
Ya habiendo grabado en 1989 de manera prácticamente casera el álbum Bleach, es con el ingreso de Dave Grohl en la batería reemplazando a Channing, que la banda se conforma como un power trío poco convencional. Su dinámica se sustentaba en la violenta intensidad del ritmo de Grohl, la sombría línea del bajo de Novoselic y el minimalismo y la fragilidad de Cobain a la hora de componer e interpretar las canciones. Es entonces, en el año 91, que con la colaboración de Butch Vig, productor especializado en el sonido que definiría la época, Nirvana edita su segundo álbum, Nevermind.
Estando en completa sintonía con la actitud y el desarrollo instrumental austero del punk, el disco se encuentra de manera explosiva con un reconocimiento de parte de toda la juventud desplazada de los ideales de la nación, que ubica a Cobain como portavoz del malestar, la alienación y la exclusión del sistema neoliberal reinante en los albores de la década, tomando a Smells like teen spirit como himno generacional.
Con la difusión que obtiene el sonido de Seattle a lo largo de todo Estados Unidos primero y del mundo luego -y en gran parte gracias a la infinita rotación del video de Smells like teen spirit por MTV-, Cobain se da cuenta de que todo aquello a lo cual él pertenecía, se había convertido de golpe en parte fundamental de un sistema al cual despreciaba.
A lo largo de los 80, el pop y el hair metal habían copado el espectro musical teniendo muy poco o nada por decir (salvo honrosas excepciones brindadas mayormente por el ámbito musical británico, en el que resalta la presencia de The Smiths). El discurso ofrecido por estos estilos no representaba en ningún sentido los antivalores, ni la revolución post punk que se estaba gestando ya desde hacía un largo tiempo, sino que era un medio más de esclavización conductual y comercial de la audiencia. Parafraseando a Henry Rollins, vocalista de Black Flag, no había un sentido de dislocación en esa música hipócrita y carente de corazón.
Nirvana y toda la escena grunge, incluyendo a bandas más antiguas como Soundgarden, Alice in Chains, o algunas formaciones proto-grunge como Mudhoney o Mother Love Bone (formación seminal de lo que luego sería Pearl Jam), se empezaron a ubicar a la vista del público masivo. Con la edición de Nevermind, todo el movimiento explotó, transformando al grunge en la última gran corriente esencialmente rockera, en el sentido de protesta contra el poder siempre vigente.
Tomando como estandarte la promulgación de un espíritu independiente y la determinación infinita que brinda la revolución a través de los propios términos, el grunge encuentra su sendero en el camino abierto por canciones como Lithium, Come as you are, Breed, In Bloom o Polly. Nevermind toma como motor la confluencia de sentimientos de frustración, furia, confusión y dolor juveniles, para servirse como vehículo de expresión de esta generación. Y es en este cóctel donde convergen la actitud del punk, el despojo del garage rock y la potencia del metal, dando muestras excesivas de un claro mensaje de frustración y apatía existencial.
Al fin y al cabo eso es todo lo que somos
Hasta ese momento, todo el movimiento se había deslizado por el circuito underground de las radios universitarias, que constituían el canal de promoción de lo que luego dio en llamarse rock alternativo y que había que buscar corriéndose del medio hacia la izquierda del dial, siempre sobre las orillas y la segregación de la masividad. Sin embargo, con la difusión que obtiene el sonido de Seattle a lo largo de todo Estados Unidos primero y del mundo luego -y en gran parte gracias a la infinita rotación del video de Smells like teen spirit por MTV-, Cobain se da cuenta de que todo aquello a lo cual él pertenecía, se había convertido de golpe en parte fundamental de un sistema al cual despreciaba.
Toda esta dinámica había empezado a ser asimilada por las grandes compañías disqueras cuando dieron cuenta del boom que había supuesto la salida a la calle de Nevermind. Al ganar en popularidad, sucedió lo que Cobain mucho había temido. La integridad y la independencia musical por las que había luchado se desvanecían, viendo con impotencia cómo finalmente todo este manifiesto se convertía en una pieza, quizá la más importante, de la monstruosa estructura comercial que en un primer momento había osado atacar. Las productoras, en un rapto de avaricia, comienzan a promover la difusión y a apuntarse con todas las bandas posibles que tuvieran, al menos, un dejo de actitud reactiva, provocando una respuesta paradójica a la dinámica que había detonado el grunge. Ya no existía la inocencia inicial y esto Cobain lo sintió personalmente como una pérdida.
La presión que generaba la luz de los reflectores todo el tiempo sobre su cabeza, la fama y la fortuna, las expectativas siempre puestas sobre sus hombros. Todo esto ofrecía poca paz a nuestro héroe, que en ese entonces lidiaba, además, con la responsabilidad de la paternidad y una incesante adicción a la heroína prendida como mono a su espalda. Su integridad emocional lo hacía vulnerable frente a todo este panorama, en el cual él debía debatirse entre la honesta postura del under o el estrellato tramoyista del mainstream.
En noviembre de 1993 presenta ante el público lo que sería la última ceremonia transparente del grunge. Luego de haber lanzado en septiembre del mismo año su tercer y último disco de estudio, In utero, Nirvana se exhibe ante la incontenible curiosidad de su audiencia en el ciclo Unplugged de MTV. El concierto refleja la oscuridad latente en los lirios y los silencios. Los que acuden a ver la banda se encuentran en ese momento asistiendo a un funeral. Algunos lo intuyen, pero nadie lo sabe con certeza…salvo él.
Allí, antes de entonar la última frase de la última canción, Kurt abre los ojos un momento y en silencio se mira de frente con su destino. Sabe todo, siempre lo supo.
Soy tan feliz, porque hoy encontré a mis amigos, están en mi cabeza/
Soy tan feo, porque vos también lo sos
rompé los espejos/
