La montaña perfora mi mirada
Hasta rozar lo inerte que me habita:
También mi cuerpo es templo
De soledad, de piedra, de silencios y miedos,
De escarcha acariciada por el cielo
Y de vientos en fuga.
La montaña es lo otro...
Sábado dibujando una mañana fría. Fría y gris. Transpira el cielo microgotas de hielo, mientras el auto nos lleva con mate en la falda hacia Zonda.
Zonda y la serranía, lo agreste, la angustia, los mitos. El Zonda del escudo y de las ideas inmortales. De la Villa Tacú y la villa pueblerina. Zonda del verano y los paseantes, del Museo Manzini, costura del Río San Juan y el beso cercano con Ullúm.
En ese Zonda, Carlos Gómez Centurión construyó su estudio, su atelier montañero. Allí pinta, piensa, procesa, pelea con la angustia, mastica la felicidad y la tragedia de cada día.
Allí, con su calidez y apertura, nos recibe y ayuda a entrar mientras los perros enderezan el camino de entrada a puro ladrido. Por momentos se suma su pequeña hija y Virginia, su mujer. Todo huele a pintura, a libros, a madera. A pasto y yuyo mojado. Allí, ya ubicados en un cómodo sillón, empezamos a caminar las inquietudes que recolectamos para hablar con Carlos.

¿Consideras que existe una conexión entre tu destreza de pequeño en el dibujo y tu capacidad como pintor?
Si, como que viene todo junto. Dibujaba de chico porque era lo que tenía a mano, porque no tenía ningún otro tipo de estímulo como en esa época no lo tenían otros niños. Nuestros padres y la sociedad de aquel momento éramos bastante burros. Es verdad que la psicología ha hecho aportes enormes en estos últimos años referido a eso.
Mas tarde mis padres me enviaron a una profesora de pintura que se encargó de meterme estereotipos que con el tiempo me fui sacando, pero al menos allí accedí a la pintura y al pastel, cuando tendría 8 años, 9 quizás. Y después quise estudiar música, y empecé a estudiar piano, que siempre me encantó. Hasta que un día llegó mi Papá, que era geólogo, y dijo “este niño está mucho adentro de la casa, ¡fuera, a jugar al fútbol!”.
¿Crees que la pintura y la arquitectura comparten elementos estéticos comunes? ¿Cómo conectaste todo?
En un momento regresé a San Juan desde Buenos Aires con mi oficio principal de arquitecto. Si bien ya pintaba sistemáticamente, es acá que me hice amigo de un pintor expresionista abstracto que utilizaba métodos de sensibilización, y que me fascinó. Empecé a viajar a Buenos Aires y a tomar clases con él. Juntaba unos mangos y me iba. De ese grupo salió mucha gente, como Pablo Siquier.
A lo que me ayudó este proceso fue a sacarme la formación como arquitecto en la pintura. Hay muchos arquitectos que pintan, y por lo general son muy equilibrados, muy ordenados. ¿Por qué? Porque la arquitectura es una disciplina ordenadora y así debe serlo. La pintura, como yo la entiendo, debe ser desordenadora.

¿Qué es, para vos, desafiar los límites, empujarlos en la pintura?
En realidad yo sí creo que en el hacer artístico van las tripas. En ese sentido yo tengo una percepción distinta respecto de la visión conceptualista del arte.
Un artista tiene que estar ligado a su medio, porque el artista dice lo que es. Y vos sos con tus circunstancias, con tu medio, con tu lugar. Lo cual no quiere decir que tenés que ser folklórico o aldeano, ni mucho menos; tenés que dar tu mirada del mundo desde acá; porque este concepto de que vivimos en no lugares, de que los aeropuertos son no lugares, los hoteles son no lugares, tu casa es igual a la de un tipo en Oslo, eso ocurre, es verdad. Eso te da una mirada universal que como artista tenés que responder. Pero cuando vos tenés un tremendo ventanal en Helsinki, y ves que hay corrupción cero, todo resuelto, los hospitales funcionan, todo está bien - que es lo que yo llamo la sociedad del hastío – y el nivel intelectual es alto, la educación es de buena calidad, concluís que es lógico que el arte conceptual nazca en esos países. Porque están reflejando esa realidad de ellos en la que que tienen todo resuelto.
Pero cuando vos calcas eso acá y te disfrazas de no-lugar, pero miras por la ventana y ves pobreza, corrupción, la sociedad y su estado actual, el resultado artístico, si tenés algo de sensibilidad, no puede ser igual.
Yo creo profundamente en la conexión de un artista con su tiempo, y este se desarrolla en un espacio, un lugar. No se desarrolla en un no-lugar conceptual.
Acá tenemos la avidez de estar mirando toda la vida para afuera, y ves que todos se copian de todos. Antes costaba más darse cuenta, pero hoy internet nos ha cambiado. Y quizás está bien, porque, de última, es la apropiación de los elementos fundamentales de esta cultura. Pero no puede ser todo igual. Detesto esa moda.
Yo considero que una tela en blanco, un lápiz y un papel, un pedazo mármol o una instalación con neón, son soportes distintos, nada más que eso. En todos los casos tenés que tener algo que decir.
Mirá para atrás, y verás que cada artista de los que dejaron algo en su momento estuvieron conectados con el lugar y tuvieron algo para decir, más allá soporte.


La posiblidad de mirar por los cuatro lados de la arquitectura me sirve cuando hago pintura, y la obsesión estética de la pintura me sirve para la arquitectura
¿Crees que ha sido afectada la pintura por los elementos de la modernidad (tecnología, internet, redes sociales? ¿Cómo?
Si, ha sido afectada, obviamente. Y creo que como mencioné con el soporte, todo es válido siempre que tengas algo para decir.
Siendo el dibujo y la pintura una de las expresiones más primitivas del ser humano para comunicarse, tan ligada con la historia y su registro, ¿Por qué llega hoy a percibirse como un supuesto arte de elite?
No creo que la pintura sea una expresión de elite. ¿A ustedes les parece? Por ejemplo estamos viendo el fenómeno de ArteBA, con la popularidad tremenda que tiene. Acá en San Juan pasa con el Contegrand un fenómeno similar al de Recoleta. La gente va a pasear al Parque y se mete a ver pintura.
La pintura tiene un mensaje más directo con las personas: te gusta o no te gusta, te transmite o no.

Creo en la pintura como forma de enteder el mundo y como una forma de pensamiento.
Creo en la capacidad de la pintura para trsnmitir emociones profundas, el sentido de la vida y las grandes incógnitas del ser humano.
Creo en los Mundo mágicos y en los modos del pensamiento mágico como sistemas confiables para enteder el mundo. Pretendo adevertir sobre el misterio que subsiste, aún hoy, en la vida cotidiana
Como pintor, ¿pensás en tu audiencia? ¿Existe ese colectivo imaginario en tu concepto de una obra?
Yo creo que vos te recibís profesionalmente de pintor, cuando logras sacarte el ojo del otro, en el momento de hacer. Creo que ese es el verdadero crecimiento, no cuando vendiste.
De hecho, la validación del artista, para mí, no te la da ni las notas que sacaste en los diarios, ni las críticas, ni los museos donde expusiste, ni la venta de tus cuadros. Creo que la validación te la da la opinión de tus pares. Hay artistas, como León Ferrari, que en una época no vendía un solo cuadro pero era súper venerado por los artistas, mientras otros que tenían estudios en Moscú o New York no tenían mayor relevancia para ellos.
Cuando yo me construí este taller estaba justo trabajando en los mitos populares, participando del grupo Mito Real, y en un momento me di cuenta que necesitaba, para pintar un cuadro, un relato. Pero cuando me mudé ya no iba con eso. Si bien estaba vendiendo en esa línea y habíamos entrado en colecciones, sentado una posición que significaba cierto anclaje o reflexión sobre lo que era la mitología americana, pensaba “yo he hecho esto tan grande, ¿y qué voy a pintar?”, con un profundo sentimiento de angustia. Y me puse a pintar lo que veía por los ventanales, transformando esa angustia. Allí nació el tema de la cordillera. Considero que desde los mitos populares, abrí el zoom y me encontré con la cordillera, que es como la red de sostén de toda esta identidad.
Carlos nos hizo caminar por el estudio, descubrió cuadros que estaba preparando para una próxima exposición, y se prestó amablemente para la sesión de fotos. Pero nunca quitó un ojo de la ventana y su montaña. Allí, parece, también está él cuando dice estar en cualquier otra parte.
Es a que me apuntalen esas cumbres.
Ver si prendido de sus crines puna
y pataleando por sus costillares
pueda sacar cabeza por encima
y juntarme con todo un instante.
Carlos Gómez Centurión es un artista y arquitecto sanjuanino que concibe la pintura como medio de entender el mundo: una forma de pensamiento, transmisora de emociones profundas, del sentido de la vida y de las grandes incógnitas del hombre.
Desde imágenes cotidianas, Gómez Centurión narra pensamientos, dudas, certezas, temores del orden de lo universal. Su obra se sustenta en mitos populares, que –junto con el arte– son formas más primitivas de comunicación. Incorpora el paisaje, el suelo, el espacio donde se funda la cultura. Esta concepción está contenida en el “Manifiesto de lo Real”, producto de un proyecto llevado a cabo junto a Enrique Collar y Víctor Quiroga en 1996. Gómez Centurión es considerado continuador de la línea pictórica y de pensamiento de Alfredo Gramajo Gutiérrez, Gómez Cornet, Molina Campos, Policastro, Juan de Dios Mena y Antonio Berni.
Desde 1998 realizó numerosas exposiciones tanto en Europa como en América. En 1999 fue seleccionado del XLIV Salón de Artes Plásticas Manuel Belgrano que organiza anualmente el Museo Sívori, y en 2010 integró la muestra colectiva sobre el Bicentenario de la Patria con su obra “La intolerancia Argentina”, donde plasma las posturas irreconciliables, los antagonismos del hombre y su entorno: una realidad que atraviesa todos tiempos.
