Mi tablet no es un perro

Aun cuando la gente no se acostumbra a diferenciar las innovadoras netbooks de las ya conocidas notebooks, resulta que el mercado de la tecnología portable nos ofrece un nuevo producto: las tabletas, tablets PC o simplemente tablets: esas computadoritas táctiles sin teclado, como diría mi viejo.

Expresado lo anterior, más que alegría en los consumidores, lo que se presenta es un dilema en cuanto a la necesidad de adquirir o no uno de estos nuevos dispositivos, compra que es retenida por interrogantes respecto a su usabilidad y comodidad o sobre si es mejor decantarse por una típica computadora portátil y dejar la innovación para más adelante.

Si le preguntamos a un vendedor dirá que no estamos comprando un producto, sino que estamos comprando portabilidad. Luego de mirar con cara de “lo mismo le dijeron a mi madre con el secarropas, cuando nací hace 20 años atrás”, corroboraremos que no miente puesto que tener una tabla de plástico y aluminio con pantalla que nos transporta a Internet en cuestión de segundos sea quizás la nueva definición de portabilidad que los diccionarios deberían adoptar.

Pero cuidado, la portabilidad no es el único factor que debiera provocar sacar la billetera, puesto que en el caso de las tablets se trata de un atributo ficticio, donde si bien cargamos menos material físico, al mismo tiempo sacrificamos prestaciones. Por lo cual hay que sacarse de la cabeza que lo que estamos adquiriendo es una computadora como las que ya conocemos y utilizamos habitualmente.

Estos dispositivos son, definitivamente, una revolución en el mercado y no por ello significa que estén pensadas para todos. Tener uno de estos dispositivos nos permite acceso a Internet desde cualquier punto en donde quepamos con ellas y existan redes disponibles, algo que no es menor, pero al mismo tiempo puede que sus prestaciones no sean suficientes para muchos. Entonces, ¿sirven de algo? Sí, para ocio y uso estándar de Internet: mail, redes sociales, videos, lectura de diarios, chats y edición (limitada) de documentos. Pero, ¿y qué onda para trabajar? Sí sirven, pero hasta el momento como un complemento a nuestras tradicionales notebooks o desktops. Hay que dejar de lado todo ruidoso anuncio de marketing que desee convencernos en segundos de comprar una tableta para enfocarnos en su uso verdadero, área en la cual me jacto de experiencia. Con un iPad en mano y preparando este artículo desde el mismo, puedo asegurar que no me desprendo de ella en ningún momento del día (provocando incluso cuestionamientos del tipo: “Ultimamente pasas más tiempo con ella que conmigo”, “Claro, esa cosita reluce y los vidrios del auto no dejan pasar luz del día”, “Nahuel, dejaste tu cosita en el bidet y, no me vas a creer, pero me senté encima y abrí el agua”).

Desde que cuento con uno de estos dispositivos termino enganchado con libros que cargo a mi tableta para leer en cualquier momento, no puedo determinar cuánto más es el tiempo que navego por Internet y permanezco inmerso en diferentes redes sociales, a la vez que me ha facilitado el transporte de documentos ya sea para trabajo o estudio.

Nobleza obliga, debo mencionar que mi tableta ha aumentado y mejorado la forma en la cual pierdo el tiempo realizando actividades irrelevantes y postergando aquellas que deberían tener mi inmediata atención. Si bien me ayuda en muchos momentos, la balanza se inclina siempre para el lado de la procrastinación cuando se enfrenta a la productividad.

Señora, señor, joven ávido de nuevas experiencias tecnológicas: compre una tablet, no sin antes armarse de un buen arsenal de excusas para su pareja, jefe, padres, hermanos, hijos y/o amantes. Va a adquirir un elemento transportable, estéticamente agradable, levemente templado y amigable, que no es un perro.

Portabilidad es esa característica que hace que un dispositivo sea mucho más pequeño que lo que nuestro tacto puede tolerar, mucho más caro que lo que nuestro bolsillo estaba acostumbrado a pagar por lo mismo y tan cool que nadie se atrevería a criticarlo por temor a ser fulminado por el rayo implacable de la vejez tecnológica.

Bitter Luna