The Wall, la historia

Sobre ladrillos y paredes

Un hombre puede concebir muchas maneras de encontrarle sentido a su vida. Algunos toman el camino de las pequeñas delicias de la vida conyugal, ganando en la simplicidad de lo cotidiano lo que pierden de aventura y riesgo; otros optan por dedicarse de lleno a una carrera y esto al final de la vía los encuentra haciendo un balance que puede ser tan positivo, como negativo.

Us, and them

and after all

were only

ordinary men.

Me, and you.

God only knows

it’s not what

we would choose

to do.

Us and Them, Dark side of the moonRoger Waters / Rick Wright

Un hombre puede concebir muchas maneras de encontrarle sentido a su vida. Algunos toman el camino de las pequeñas delicias de la vida conyugal, ganando en la simplicidad de lo cotidiano lo que pierden de aventura y riesgo; otros optan por dedicarse de lleno a una carrera y esto al final de la vía los encuentra haciendo un balance que puede ser tan positivo, como negativo.

Algunos menos no se engañan y al no encontrarle sentido alguno a su vida se obsesionan intentando hallar en los vaivenes de su devenir vital algo que les permita estructurarse. En esta coyuntura es que se reúnen los que están parados frente al abismo. De esta odisea se pueden obtener tres opciones: muerte, locura o creación. Los hombres santos que se demoran en esta última expectativa brindan la visión necesaria para que todos los demás obtengan algo más de sentido en sus propias vidas; estos hombres, parafraseando a Bertolt Brecht, son imprescindibles. Roger Waters forma parte de esta estirpe.

En 1977 Pink Floyd se encontraba realizando la gira correspondiente a su disco Animals. En el último recital del tour, en el Olympic Stadium de Montreal, la banda se presentaba frente a 80.000 personas y el ánimo no era el mejor. El rock de estadios empezaba a dejar entrever sus peores vicios: el sonido no era de buena calidad, el público masivo no necesariamente acudía a escuchar al artista, sino que toda la parafernalia del mercado había despojado de sentimiento y sentido la comunión entre estos y el público, y Waters, bajista y principal compositor de la banda atravesaba una crisis existencial del calibre de una novela rusa de fines del siglo XIX. En medio del concierto, alguien que ocupaba un lugar en las primeras filas intentó trepar el alambrado que separaba al público de la banda. Frente a esta actitud y ya especialmente molesto por la forma en que se estaba desarrollando el espectáculo, Waters reaccionó escupiendo al espectador. Este episodio de alguna manera suscitó la generación de una idea que sería el germen de uno de los álbumes conceptuales con más angustia y lucidez de la generación del rock progresivo de la década del 70; The wall.

Roger Waters se había impuesto, por presencia y creatividad, como el líder natural de Pink Floyd luego de la partida forzada de Syd Barrett diez años antes de este episodio. El consumo de alucinógenos había hecho mella en Barrett desencadenando un proceso esquizofrénico latente, que fue desintegrando de a poco su comportamiento hasta convertirlo en un espíritu que vagaba por los ensayos y los recitales de la banda sin rumbo fijo. La ausencia de guitarrista fue cubierta por un imberbe violero amante del slide y los solos maratónicos: David Gilmour; la ausencia de liderazgo de a poco fue cubierta por Waters a fuerza de composiciones cada vez más profundas y comprometidas.

Luego de un período de lenta transición, la banda pasó de la oda rock psicodélica de The piper at the gates of dawn (El gaitero a las puertas del amanecer) a una sucesión de discos que dejaban traslucir una experimentación cada vez más ardua y elaborada. Dentro de esta serie destacan Atom heart mother, Ummagumma, Meddle y las bandas sonoras de los films More y La Vallée, este último llamado Obscured by clouds (teniendo entre sus composiciones una de las más bellas canciones de Pink Floyd, la delicada Wot’s...uh the deal). Luego de este largo simposio experimental, el mito empezó a gestarse a través del proceso creador de Waters, que con el apoyo monolítico de Nick Mason en la batería, las largas travesías oníricas que aportaba el teclado de Rick Wright y las armonías y fatuos solos de Gilmour; daba rienda suelta a su verborragia creativa.

A fines de los 70, el rock de estadios empezaba a dejar entrever sus peores vicios: el sonido no era de buena calidad, el público masivo no necesariamente acudía a escuchar al artista, sino que toda la parafernalia del mercado había despojado de sentimiento y sentido la comunión entre estos y el público.

En 1975, la banda edita Wish you were here, cuyo tema principal gira en torno de la figura de Syd y su brillante paseo interestelar y posterior decadencia. Ya en 1977 e inspirado por la novela Rebelión en la granja de George Orwell, Waters escribe en colaboración mayormente con Gilmour, el disco Animals, a través del cual y valiéndose de las figuras metafóricas de Orwell, realiza una crítica social punzante, atacando por igual a la clase política, la ley y la población sin raciocinio; manteniendo siempre la elegante calidad y solidez musical en cada canción.

En este contexto de inmejorable inspiración, pero también de insoportable tensión dentro de la banda, debido a la pugna por el poder y la lucha de egos entre Waters y Gilmour, es que comienza la composición de The wall. Según recuerda Waters, en ese momento la banda llevaba una década haciendo recitales, y en los últimos dos años el espectáculo se había convertido en un monstruo que ya no podían sostener: “...se volvió algo así como una sensación de enajenación hacer los shows. Tomé conciencia de una pared que se había formado entre nosotros y nuestra audiencia, así que este disco empezó como una expresión hacia esos sentimientos”.

En Dark side of the moon (El lado oscuro de la luna, 1973), primer disco masivamente exitoso de Pink Floyd, Waters se explaya despotricando contra el consumismo y poniendo sobre el tapete las consecuencias de la alienación y ese sentimiento de angustia que todo lo inunda.

Siguiendo los principios de esta alquimia que es el rock, estaban todos los ingredientes necesarios para la fundación de una obra maestra. Waters decidió aislarse llevando consigo su instrumento, una guitarra, un sintetizador, una mezcladora y comenzó a componer. Según sus propias palabras: “Estaba tratando de encontrarle sentido a mi vida...y en cierta forma lo conseguí”. De esta manera fué como a través del sonido empezó a pergeñar la idea de un alter ego un tanto distorsionado de sí, cuyo nombre ha devenido en el tiempo como Pink (que en la película de 1982 sería representado por Bob Geldof), que va reflejando a lo largo del disco todas las inquietudes que hasta ese momento se habían tornado insoportables en la vida de Waters.

La pérdida de su padre y el trauma que representó vivir bajo el ala implacable y sobreprotectora de una madre viuda; la presión ejercida por el sistema educativo de posguerra, empeñado en crear ladrillos todos iguales de cuadrados que encajen en la estructura, más que personas; las incipientes inseguridades sexuales de la adolescencia; cada desengaño amoroso atravesado; el terror y la vergüenza que le produce la idea de que el público conozca realmente quién está detrás de la máscara del rockstar; cada día encerrado en sí mismo, hacen que ante Pink se vaya erigiendo un muro que lo aísla de todo lo que pueda llegar a conmoverlo, convirtiéndolo en un golem, en un ser distante de todo, pero siempre con pies de barro, que en el fondo anhela extender un lazo que lo conecte con todo eso que lo redimiría.

La exposición de Waters con este disco es auténtica y terrible. Pero la imposible magia de un repertorio de canciones como el que nos presenta con The wall, hace que a pesar de todo, de la insoportable carga que representa el divague que es la vida; el peso de una crianza, que como toda educación es fallida; los desaciertos que cometemos y los que cometen los que nos rodean, hace que sea todo un poco más comprensible. O, si nada de esto tiene sentido aparente, que nos permita observarlos a través de una óptica fantástica, como un prisma cuando es penetrado por un haz de luz y refracta cada uno de los colores del arcoíris.

1En ese momento Waters tenía poco más de 33 años y la relación artística que compartía con David Gilmour se había venido desmoronando paulatinamente desde Wish you were here. Del mismo modo su propio matrimonio ya había fracasado y más allá de las beldades que le ofrecía el estrellato y la riqueza, era un hombre infeliz; incapaz de desentrañar los conjuros que lo embargaban, siendo quizás el principal de ellos la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, la cual acarreaba consigo mismo en forma de angustia y sentimientos de soledad infinita.

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