Los sanjuaninos hemos decidido nombrar la Fiesta Provincial del Teatro a nuestra imagen y semejanza. O como se nos canta. Pareciera que “Fiesta Provincial del Teatro” se nos hace formal y lejano, por eso, la acercamos con un cariñoso “Teatrina”. En San Juan, en la década del 80 (en el 85 y en el 89), hubo dos encuentros de teatro, con unas cinco obras cada uno. Pero es recién en el 90, cuando empieza a llamarse así: Teatrina, nombre que la popularizó.
Otro hito debe haber sido la llegada del Instituto Nacional del Teatro a San Juan. El INT le dio a la Teatrina un lugar en el país; al mismo tiempo, la incluyó y le permitió diferenciarse como “muestra” al país del teatro sanjuanino. Y diferenciarse también por el nombre; en las demás provincias, el encuentro se sigue llamando con el formal “Fiesta Provincial del Teatro”.
Pero tengo que ser sincera, no puedo hablar entrañablemente de lo que no viví. Si bien había visto teatro sanjuanino antes (no puedo olvidarme nunca de Feroz, con ese Ariel Sampaolesi vestido de vieja, señalando una pila de bolsas de harina que no estaban en escena, pero sí en mi memoria), mi debut en Teatrinas fue en el 2009. Cuatro días de puro teatro, corriendo de una sala a otra.
De ahí recuerdo con mucho cariño Tres llaves, una puerta y algo más en Nunca Jamás. El jurado dijo que por “desprolijidades” no les daban ninguna mención. Mi cara larga alejándome del gentío que festejaba los nombramientos era evidente. Ahora, de lejos, festejo haber vuelto así a la infancia con el grupo Sobretabla. Si me hubieran pedido que aplaudiera, al mejor estilo J. M. Barrie, para salvar a Campanita, lo hubiera hecho con gusto. Pero el efecto, la felicidad de los chicos (mi sobrina queriendo saludar a Peter, ignorando y superando su timidez característica), no era su única virtud. Siempre pensaremos en la excelencia humilde de los vestuarios y la escenografía de Sobretabla: el topo vive bajo una flor hecha con el esqueleto e un paraguas, Azul tiene un traje (azul, claro) adornado con totora submarina. Y los espacios, los espacios construidos con la palabra y los gestos, que nos llevan de Nunca Jamás al centro de un volcán y al fondo del mar (Shakespeare también, a falta de escenografía, hacía que la palabra construyera espacios). Además, tengo mi foto con el topo, no se puede pedir más.
Pasa el año y llega la Teatrina 2010 con otro de mis grandes amores del teatro sanjuanino: Luisa. Luisa, Luisa, mi Luisa. La tragedia de una mujer que vio muchas novelas. Y a nosotros nos da risa (“no sé, no sé si desteja el saquito verde, Agustín, no te prometo nada”), como si no fuéramos iguales a ella. Sólo aceptamos la coincidencia cuando la vemos llorar, todas las risas se desbarrancan y su llanto es nuestro llanto (yo no puedo evitar pensar en cuántas veces en mi vida lloré así). Y Luisa tampoco se queda en el efecto. La notannegra se distingue de los demás por su manejo magistral de las luces. Una luz roja y triste; una luz de frente, para voces del más allá; una luz lejana, para despedir con el pañuelito; una luz de confesionario, para cantar el amor y la infelicidad. Y una Lorena López multifacética que cambia la cara y es como si el cuerpo entero se transfigura para ser otro personaje
Creo que mi amor por estas obras no está fundado más que en mi propia concepción de arte. Yo quiero un teatro al que pueda ir con mis amigos que no estudiaron letras o filosofía. Yo misma no quiero ser una especie de especialista en literatura o arte para “entender” o disfrutar del teatro. Quiero ir al teatro para ser feliz. Por eso, gracias, Ariel Sampaolesi; gracias, Sobretabla; gracias, Lanotannegra. Y que cumplan muchos más.