Entender el teatro es entender el mundo
Jorge Dubatti dice esto y fundamenta con programas televisivos o con un Duhalde afirmando “el que depositó dólares, recibirá dólares”. Y como si los efectos de sonido fueran siempre premeditados, a sus movimientos de manos acompañan bombas y fuegos artificiales. Pero, claro, esas bombas no son de la presentación del libro de investigadores de teatro de la universidad. Son de afuera, de un acto multitudinario (cuatro o cinco colectivos alcancé a ver) en honor a la llegada de Hugo Moyano. Y eso es todo lo que voy a decir sobre política. Como si no habláramos de lo mismo, ahora quiero festejar el teatro.
Durante cerca de diez días, los sanjuaninos recibimos el teatro del país, casi literalmente, con los brazos abiertos. Confieso que muchas veces me molestó hacer una cuadra de cola, me preguntaba en qué momento había llegado tanta gente si todavía faltaba media hora para el horario establecido para la obra. Parece que los sanjuaninos no somos tan impuntuales. Pero entrar al teatro era cambiar de dimensión.
La primera obra que vi fue Lazarillo de Tormes. Además de las emociones que provocaba una puesta sensible y sutil, pero fuerte, me erizó los brazos ver un teatro Sarmiento parado para aplaudir a estos jóvenes rionegrinos. (Debo aclarar que las únicas veces que he visto aplaudir de pie al “exigente” público sanjuanino fue a compañías que venían de Buenos Aires con actores que hacen televisión). No puedo dejar de nombrar a los cordobeses con su King Kong Palace. Shakespeare hablando de Shakespeare, hablando de tiranos, de tragedias, de traidores y asesinos. Siete tipos ahí parados, con voces inolvidables (sigo cantando una parte de una de sus canciones), sacándote de la butaca para que te olvidés del mundo por una hora. Dan ganas de llorar de felicidad.
Hubo más obras, alcancé a ver algunas. Yo elijo quedarme con estas dos. Pero la 26° Fiesta Nacional del Teatro no fue sólo un conjunto de obras. También tuvimos a profesionales del teatro de todo el país dictando talleres gratuitos que abarcaban la mayoría de los códigos (tantos códigos) que encierra el teatro. Una mesa de directores que nos dejó pensando. A mí, particularmente, en el teatro y la política. Hubo alguien que identificó la política con la minería y con Gioja. Creo que no entendió nada. El teatro es tan situacional que su relación con la realidad social es mucho más fuerte que en cualquier otro tipo de arte. Creo que es uno de los espacios de resistencia más fuerte.
Y es un arte burgués. Ricardo Bartís diría que el teatro se burla de la burguesía porque no le parece bien reírse del que no está presente. Y supongo que uno no puede hablar desde otro lado que no sea el propio.
Este director, Bartís, con su voz de ruptura (él mismo terminó por temer que alguien lo fuera a trompear) nos hizo reflexionar: Un tipo que piensa su práctica desde el teatro mismo y es capaz de teorizar sobre él. Un tipo que hace la democracia oponiéndose al concepto de “puesta en escena”, porque poner en escena un sentido anterior a ella es coartar la libertad del actor. Y sin actor, no hay teatro. Un tipo que reniega de los efectos innecesarios, como ponerle harapos al espectro del padre de Hamlet, iluminarlo con una luz verde y hacerlo hablar con voz grave.
Efectos a los que califica, magistralmente, de “pelotudez teatral”.
Sigo sosteniendo, con Dubatti, que entender el teatro es entender el mundo. Sólo que el teatro es más honesto. Aunque en muchos casos suspendamos la incredulidad durante lo que dura la obra, él nos sigue diciendo que esto es ficción. Nuestro trabajo debería ser, entonces, develar nuestro teatro de todos los días.